En mi reino existían dos grupos completamente diferentes: unos eran los Irisk, procedentes del Sur. Eran carismáticos, podían llegar a poseer cuanto quisieran, pues eran muy afortunados y ganaban cuantioso oro saqueando a los pobres, que no podían rebelarse… Los otros eran los Akálemar, llegados del Norte, muy habilidosos con la espada e, incluso, con el arco. Tenían buenas dotes de inteligencia, no les gustaba mucho meterse en líos, pues estaban rodeados por la propia naturaleza, eran elfos silvanos muy pasivos…
Yo, soy de los Akálemar, vine del Norte con el propósito de abandonar aquellas tierras que habían sido invadidas por los bárbaros… Por ello tuvimos que marchar al sur. Aún así, íbamos todos juntos pero el grupo se dividió porque Galender, Rey de los Irisk, pretendía hacerse con el poder de todo el reino, por ello, mandaría una tropa de su amplio ejército a destruir la parte sur del reino. En la parte sur, lideraba Itmarun, Reina de los Akálemar, ella no sabia nada de lo que sucedería en pocos días hasta que… Una noche de invierno, muy lluviosa, mi pueblo se vio invadido por elfos iriskes, despiadados, muy sanguinarios y no tenían compasión ninguna. Itmarun huyó, dejando a miles de nosotros atrás, sin importarle nada. Asesinaron a muchos de los míos, también, a gran parte de mi familia… En ese momento yo estaba luchando por mi vida, no podía huir, quería luchar o morir.
Apareció de la nada un jinete veloz, muy veloz. Mientras cabalgaba hacia el numeroso grupo de los iriskes hizo brillar un diamante de color gris azulado…
Pasó rozándome los cabellos y pude escuchar un ligero susurro… “ Ven conmigo… ”
Consiguió esquivar varios ataques, se agachó hacia uno de los estribos, intentó coger su puñal sacándolo de una de sus botas y lo lanzó como si fuera una flecha, atravesándole la sien a uno de nuestros enemigos. Al ver el alboroto que habia provocado, la tropa se retiró por el simple hecho de que aquel misterioso desconocido hubiera acabado con la vida de uno de sus líderes. Quedamos muy pocos con vida.
Como un rayo de luz el jinete cruzo un sendero que nos separaba a varios metros de distancia. Bajó del caballo, me tendió la mano y me dijo:
- Ven conmigo…
Un brillo de luz invadió el lugar… Desaparecimos.
